miércoles, 12 de febrero de 2025

Veintidós.

 ¿Qué se hace con las cenizas

cuando el incendio aún arde en casa?

¿Cómo se aconseja al viento

cuando cada palabra se la lleva el eco del ayer?


Soy hijo, pero me visten de juez, de consejero,

de faro en una tormenta que no sé cómo apagar.

Escucho, remiendo, sostengo,

pero mi sombra se consume

en el incendio de dos almas

que olvidaron cómo ser refugio.


Crecí a su lado mientras ellos aprendían a tropezar.

No los culpo, nadie nace sabiendo caminar sobre grietas,

pero me duele ser la cuerda

de un puente que se desmorona.


Los años que los destruyen

me desgastan a mí también,

porque intento pesar lo impalpable,

dar equilibrio a lo roto,

sin atreverme a admitir

que mi mayor miedo

es verlos soltarse para siempre.


No soy dueño del destino,

pero lo veo teñirse de despedidas.

No puedo ordenar lo irreversible,

pero mi alma llora en silencio

cuando dos voces que fueron abrigo

se convierten en cuchillas afiladas.


A veces cierro los ojos

y aún escucho las risas,

dulces como campanas lejanas,

pruebas de que alguna vez

fuimos algo más que escombros.


Pero hoy, con 22 y las manos vacías,

sigo siendo un niño

intentando recoger los fragmentos

de un hogar que se volvió cenizas pero de algún modo sigue ardiendo el caos.

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