miércoles, 5 de febrero de 2025

El dolor sigue siendo perpendicular


El tiempo se deslizó entre mis dedos como arena fugaz en un reloj roto. Veintitrés veces giró la tierra, y sin embargo, el dolor se alza nuevamente, inmóvil, perpendicular a los días que intento construir. No es que me aferre a las sombras del ayer, es que nunca supe dejarlas en su sitio. No quedaron ancladas en un rincón del pasado, sino que se enredaron en mis pasos, siguiéndome como un eco que nunca aprendió a callar.


Antes, cuando tenía diez, el peso de la incertidumbre se sentaba junto a mi cama y me susurraba preguntas sin respuestas. “¿Por qué?”, insistía mi mente infantil, buscando sentido en lo que solo el tiempo podría destejer. Hoy, la duda ya no arde como entonces, pero sigue habitándome con la misma presencia de una herida cicatrizada que aún recuerda el filo que la abrió.


El insomnio rara vez me visita. He aprendido a someter mi cuerpo y mi mente a la fatiga extrema, como si el agotamiento pudiera sellar las grietas por donde se filtran los recuerdos. Corro, trabajo, me hundo en el bullicio del mundo, negándole a la noche la oportunidad de traerme de vuelta a esos pasillos oscuros de la memoria.


Pero a veces, en el último parpadeo antes de entregarme al sueño, el pasado se desliza sigiloso, me roza la piel como un viento frío, y entiendo que hay dolores que no desaparecen, solo aprenden a dormir dentro de uno, esperando el momento en que el silencio les permita despertar.

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