Si sanar mis heridas supone tu destrucción, por favor, no te acerques. No quiero que mi sombra oscurezca tu luz, ni que mis cicatrices se conviertan en las tuyas. Pero si sanar las tuyas significa mi ruina, entonces que así sea. Me entrego a tu dolor sin titubeos, sin condiciones, sin miedo.
No existiría pérdida más grande que ver tus sueños hechos añicos, esparcidos como cristales rotos que jamás podrán volver a encajar. Si el mundo te arrebata la esperanza, yo te la devolveré. Si olvidas cómo respirar, te enseñaré a hacerlo de nuevo. Voy a mostrarte que la vida, incluso en su crudeza, aún guarda motivos para aferrarse a ella.
Y cuando llegue mi hora, cuando me encuentre al filo del abismo y el vacío me reclame, saltaré con una sonrisa en los labios. No por resignación, sino por certeza. Porque habré vencido a la vida en su propio juego. No importará mi caída si antes logré sostenerte en pie. No importará mi final si, en el proceso, gané la batalla más importante de todas: la tuya.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario