martes, 11 de marzo de 2025

Aquí voy

La mente es un campo de batalla cuando el cambio se aproxima, sigiloso pero voraz.

Lo sé. Lo he sentido quemar en lo más hondo, como brasas que no hacen ruido, pero calcifican los huesos del alma.

Ese dolor que no se queja, pero se cuela en cada gesto, disfrazado de rutina, vestido con ropas viejas que ya no abrigan.

Se resiste. Pelea. Te habla con voz de caricia envenenada: “Aquí estás a salvo. No te muevas. Sobreviviste antes. Bastará.”


Pero justo ahí debe arder el incendio.

Ahí debe alzarse la osadía como un relámpago que parte la tierra.

Porque quedarse quieto es construir un mausoleo con tus propios sueños.

No hay grandeza en lo tibio. No hay transformación en lo fácil.


Yo no nací para habitar lo resuelto, ni para caminar sobre líneas rectas.

Nací para romperme los pies en caminos nuevos, para desarmarme y volver a coserme con hilos de coraje.

Y sí, duele.

Me resquebrajo. Me rehago. Me reinvento en esta guerra sagrada contra todo lo que quiere dormirme.


Quien diga estar en paz con lo que tiene, tal vez ya dejó morir su hambre sin notarlo.

Pero yo no.

Yo quiero más. Quiero estirarme hasta que mi alma cruce constelaciones.

Quiero arrancarme el miedo como se arranca una piel que ya no es mía, y cubrirme de coraje como quien se pone una armadura hecha de luz.


Porque sí, salir del refugio duele.

Pero quedarse es firmar la rendición con la tinta del olvido.


Así que no temas las puertas cerradas.

Son apenas avisos del universo, señales de que aún existen ventanas abiertas, esperando el instante exacto en que te atrevas a volar.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario