viernes, 28 de marzo de 2025

Versos sin esfuerzos

 


A menudo me encierro, no es cobardía,

es solo que el alma también se extravía.

Necesito reconstruir mis cimientos,

retomar mi voz, callar mis lamentos.


Me dejé la piel en un sueño profundo,

creí que era cielo y resultó ser un mundo

donde el eco de amores que ya se han ido

susurra promesas que nunca han cumplido.


Y aunque en tus brazos logré sostenerme,

no puedo seguir esperando a perderme.

Ha llegado el tiempo de andar sin ayuda,

de hacer de mi miedo la nueva armadura.


Es dulce y amargo mirarte de lejos,

saber que intentaste salvarme de espejos

que solo reflejan mis horas más frías,

mis dudas, mis grietas, mis melancolías.


Pero debo irme, partir sin testigos,

aprender a ser mi mejor abrigo.

Forjar en el fuego mi pecho de acero,

hallar en mis ruinas un nuevo sendero.


Ahora somos yo, mi perro a mi lado,

y un sueño pequeño que sigue apagado.

Tal vez en la brisa, en un sol diferente,

descubra un motivo para ir de frente.

jueves, 27 de marzo de 2025

Donde el viento me lleve

 Crecí en la cuna del dolor, me mecieron las sombras, pero aun así aprendí a reír. A reír con la furia de quien sabe que la felicidad es un relámpago, un parpadeo en medio de la tormenta. A reír con la desesperación de quien teme que el silencio lo devore.


No llores por mí. Amé con todo el peso de mi alma, y fui amada en destellos fugaces. Conocí la dulzura del amor y su filo cortante, viví momentos que parecían eternos hasta que se deshicieron en mis manos como arena. Probé la amistad sincera, sentí el calor de una familia, aunque nunca supe si realmente pertenecía a algo.


Desde hace tiempo supe mi destino. No porque no luchara, sino porque hay batallas que nacen perdidas. No completé todos mis sueños, pero los sostuve en mis dedos hasta que se hicieron cenizas. Me aferré a los rostros que iluminaron mis días, a las voces que me llamaban a quedarme, pero debo entender que el amor no es una cadena y yo no puedo ser una carga.


He caminado demasiado con los pies heridos, he llevado sobre mi pecho un peso que ya no puedo sostener. Es mi momento de soltar. De abrir las manos y dejar que el viento me lleve lejos, a un lugar donde el dolor no me alcance.


Agradezco todo. Lo bueno, lo malo, lo que me construyó y lo que me rompió. Agradezco haber sentido, haber sido. Y si algo me queda, es la certeza de que fui valiente hasta el final.


 Dicen que busque ayuda, como si no hubiera pasado una vida entera gritándole al vacío. Como si no hubiera desgarrado mi voz en madrugadas sin nombre, rogando por algo, por alguien, por cualquier cosa que pudiera sostenerme.


He sido mi propio héroe cuando el mundo me dejó atrás. Me levanté con las manos rotas, remendé mis grietas con promesas que nunca se cumplieron, y seguí adelante aunque cada paso pesara como el último.


Pero hay verdades que duelen en su certeza: soy inestable, sí, porque mi alma nunca aprendió a quedarse quieta en un mundo que no la quiere sostener. Porque llevo dentro todas las tormentas que intenté callar, y cada día entiendo un poco más que, cuando me vaya, nada se detendrá.


Seré un susurro en el viento, un eco ahogado en la memoria de nadie. La vida seguirá, como siempre lo ha hecho, y yo me perderé en el tiempo, desvaneciéndome en la indiferencia del mundo.


Tal vez, en una tarde cualquiera, cuando el sol se esconda tras las nubes y el aire huela a lluvia, alguien piense en mí sin saber por qué. Quizás, en una ráfaga fugaz, mi sombra roce un recuerdo olvidado y provoque una sonrisa leve, un instante de calor en un pecho ajeno.


Y si eso ocurre, si por un segundo existo en la memoria de alguien, entonces, tal vez, no habré desaparecido del todo.


sábado, 22 de marzo de 2025

Sin título

 Nadie es un paisaje sin sombras ni un río de aguas siempre tranquilas. Somos tempestades y amaneceres, cicatrices y destellos, historia escrita con heridas y caricias.


Algunos llevan el peso del silencio en sus hombros, otros visten de orgullo como armadura. Hay quienes se reflejan en charcos de inseguridad y quienes se elevan sobre cimas de soberbia. Todos, sin excepción, llevamos grietas en el alma, secretos que duermen en la penumbra, palabras que nunca se atrevieron a ser pronunciadas.


Pero ni una sombra nos convierte en villanos, ni un destello nos hace santos. No somos absolutos, sino matices. Y quizás ahí radique el milagro: en aceptar la lluvia y el sol dentro de nosotros, en comprender que somos bosque y desierto, calma y tempestad.


Solo quien abraza sus contrastes halla la paz en su propia existencia. Porque no se trata de ser perfectos, sino de aprender a ser.

jueves, 20 de marzo de 2025

Despojos

¿Pierde su valor lo que termina en la calle?

Miras a tu alrededor y ahí están: relojes que alguna vez marcaron las horas más felices de alguien, ahora oxidados en un puesto ambulante; pinturas que alguna vez hicieron llorar a su dueño, hoy sin un nombre que las firme; zapatos de diseñador que recorrieron alfombras rojas y hoy pisan el lodo de una acera cualquiera. Todo lo que un día fue indispensable, ahora es solo estorbo. Se vende por monedas. Se olvida.


Así pasa también con las promesas, con los amores que juraron ser eternos y terminaron rematados en alguna esquina del olvido. Todo lo que alguna vez fue tesoro, tarde o temprano se vuelve carga. Nos aferramos a nombres que un día nos estremecieron la piel, hasta que los pronunciamos tanto que pierden su magia. Guardamos cartas, recuerdos, palabras susurradas con urgencia… hasta que un día ya no significan nada.


Yo lo sé. Yo también fui algo desechado. Caminé calles donde las miradas me atravesaban como si no existiera, donde las voces hablaban sobre mí, pero nunca para mí. Aprendí que el olvido no es un acto repentino, sino un desgaste lento, como el oro que pierde su brillo, como la tinta que se borra de una carta de amor vieja.


Tal vez por eso amo lo que otros llaman despojos. Porque sé lo que es ser un recuerdo incómodo, un peso muerto en la conciencia de alguien. Sé lo que es ser querido un día y basura al siguiente. Sé lo que es gritar en silencio y escuchar solo el eco del propio abandono.

martes, 11 de marzo de 2025

Aquí voy

La mente es un campo de batalla cuando el cambio se aproxima, sigiloso pero voraz.

Lo sé. Lo he sentido quemar en lo más hondo, como brasas que no hacen ruido, pero calcifican los huesos del alma.

Ese dolor que no se queja, pero se cuela en cada gesto, disfrazado de rutina, vestido con ropas viejas que ya no abrigan.

Se resiste. Pelea. Te habla con voz de caricia envenenada: “Aquí estás a salvo. No te muevas. Sobreviviste antes. Bastará.”


Pero justo ahí debe arder el incendio.

Ahí debe alzarse la osadía como un relámpago que parte la tierra.

Porque quedarse quieto es construir un mausoleo con tus propios sueños.

No hay grandeza en lo tibio. No hay transformación en lo fácil.


Yo no nací para habitar lo resuelto, ni para caminar sobre líneas rectas.

Nací para romperme los pies en caminos nuevos, para desarmarme y volver a coserme con hilos de coraje.

Y sí, duele.

Me resquebrajo. Me rehago. Me reinvento en esta guerra sagrada contra todo lo que quiere dormirme.


Quien diga estar en paz con lo que tiene, tal vez ya dejó morir su hambre sin notarlo.

Pero yo no.

Yo quiero más. Quiero estirarme hasta que mi alma cruce constelaciones.

Quiero arrancarme el miedo como se arranca una piel que ya no es mía, y cubrirme de coraje como quien se pone una armadura hecha de luz.


Porque sí, salir del refugio duele.

Pero quedarse es firmar la rendición con la tinta del olvido.


Así que no temas las puertas cerradas.

Son apenas avisos del universo, señales de que aún existen ventanas abiertas, esperando el instante exacto en que te atrevas a volar.