A veces, la vida —con su misteriosa sabidurÃa— nos arranca de los lugares donde ya hemos cumplido un ciclo, o donde el alma simplemente ya no tiene más que ofrecer. Nos empuja, casi sin pedir permiso, hacia nuevos horizontes. Cada lugar, cada persona, llega con una lección. Y somos nosotros quienes decidimos si nos aferramos al dolor o si recogemos el aprendizaje con manos abiertas.
Hay momentos que parecen querer hundirnos, como si el mundo entero se derrumbara sobre el pecho. Pero no son más que cúmulos de emociones sin nombre, pensamientos aún nublados que convierten la mente en un laberinto. Con pausa, con calma, con un poco de visión interior, descubrimos que ese caos solo era un paisaje abstracto aún por interpretar… un nuevo comienzo disfrazado de final.
Los ansiosos sufrimos del hábito de proyectarnos al futuro. No porque seamos adivinos, sino porque el pasado ya nos asustó lo suficiente. Vivimos a la defensiva, como quien espera tormenta incluso en dÃas soleados. Y asÃ, la idea de una estabilidad duradera nos resulta ajena. Porque la paz emocional no siempre habita en la misma casa que la ansiedad.
Pero salir de un lugar no siempre significa huir, ni terminar mal. A veces, es solo la forma que tiene el destino de abrirnos una puerta. Comprenderlo, incluso para el sabio, no es tarea fácil. Porque crecer duele, y caminar cansa. Pero un dÃa mirás atrás, y donde antes solo hacÃas dos millas, ya recorriste cinco. Y entendés, al fin, que todo fue parte del camino.
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