Hay un nudo que no se ve,
pero se ensancha dentro,
como si una enredadera de sombras
abrazara mis entrañas con dedos invisibles.
No es dolor, es un peso:
un eco del pasado que araña la espalda
con uñas hechas de recuerdos,
de lo que ya fue…
pero nunca terminó de irse.
El tiempo no avanza en minutos,
avanza en espinas.
Cada segundo es un tambor
que golpea mi pecho sin compasión,
cada tic del reloj
me recuerda que sigo aquÃ,
esperando todo…
queriendo todo…
ahora.
La ansiedad no grita,
pero silba en los oÃdos como un viento extraño,
me sacude los pensamientos
y me deja el alma temblando.
Trabajo. Trabajo sin pausa.
Y a veces me siento una marioneta cansada,
cosechando horas con las manos rotas
para llenar platos ajenos.
Todo lo que gano se escapa como el agua,
y yo me quedo con la sed.
Hoy es uno de esos dÃas:
el cuerpo cruje como una casa vieja,
la mente es un campo de batalla,
y mis ojos…
quieren solo un rincón donde cerrarse
en los brazos de mamá.
Pero a mà me toca ser fuerte
en una tierra que aún no me abraza del todo.
Asà que me seco las lágrimas,
me pongo la armadura
y salgo a luchar otro dÃa más,
como lo he hecho siempre,
sin hacer ruido.